Hoy es un día normal, el día despunta a la misma hora, me levanto, como siempre, antes que el sol. «Las 4AM no es una hora normal para levantarse, sólo los asesinos seriales se levantan a esa hora», sonrío al recordar las sentencias emitidas por quienes no comprenden mi reloj corporal. Amo esta hora de la mañana, sólo estamos despiertos mis perros y yo, y el mundo es totalmente para nosotros, amo el silencio, amo el olor a café, amo sus lenguas frías dándome los buenos días, quienes jamás han visto la felicidad en las cosas sencillas, nunca comprenderán el éxtasis que esconde la simpleza.
Pero esa felicidad dura hasta las 5:30AM, hora en la que la realidad me empuja a la rutina diaria, me empuja, literalmente, dentro de un metro atestado y un camino que me sé de memoria y que me lleva al inevitable encuentro del hacer lo que escogí para ganarme la vida. ¿Ganarme la vida? como si no la hubiese ganado en el mismo momento que, desnuda y con frío, le solté el primer berreo al mundo después de dejar el cálido y maravilloso útero de mi madre.
Pero hoy, pese a ser normal, es un día distinto, hoy he tomado una decisión, una decisión visceral y no meditada, como la mayoría de las buenas decisiones que he tomado en la vida, ¿es que acaso las decisiones que se toman con el corazón no son las mejores? no se puede tomar una decisión que responde a un llamado del corazón y estar equivocado. Hoy decidí recoger, hoy recogí las fotos del escritorio, los lápices y souvenirs que adornaban mi día a día. Recojo los papeles, me tropiezo con objetos que creía perdidos, estoy contenta.
¿Hacía dónde me dirijo? ¿hacía una nueva rutina? ésta de hoy es producto de un mandato que el corazón me hizo hace casi 8 años, no lo sé, no tengo tiempo que perder, no tengo ni un segundo para dudar, de repente recuerdo a Kundera «La vida está en otra parte».