Bifurcaciones

Cuando llegas a cierta edad puedes ver claras las bifurcaciones de la vida, esos puntos de inflexión en los que, de haber escogido una alternativa distinta, tu vida no sería lo que es hoy.

No sé si se trata de una buena o una mala costumbre, pero suelo mirar atrás buscándolas, sé que ser consciente de lo mucho que puede afectar tu vida ese pequeñísimo cambio, te hace valorar cada instante, porque cada microcambio trae la posibilidad de una nueva vida.

Hay una de esas bifurcaciones que veo nítida cuando miro atrás. Era el último año de secundaria. Como toda hija del medio, ejercía la rebeldía sin causa y solía saltarme más clases de las que tomaba.

Me habían cambiado de aula, en la nueva no tenía amigos. No tener amigos para un adolescente es pobreza crítica, y pensaba que era mejor autodestruirme con un cigarro y una Pepsi en la heladería de enfrente que entrar a clases e intentar hacer nuevos.

Pasaba los días fumando y hablando de la nada con mis secuaces, chicas también decididas a fracasar en la vida.

Un día, dos chicas a las que había visto en el aula, pero a las que no conocía, llegaron a buscarme «Ey, vamos a clases, no puedes faltar siempre». La rebeldía se disipó. Tiré el cigarrillo y, sonriendo, fui a clases con mis nuevas amigas, no importó la burla de mis secuaces.

Ese día elegí la vida que tengo hoy, ese día elegí ser salvada.

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